Frente a la celebración del Bicentenario visto de ambivalencia.
Por un lado mi corazón mexicano realmente celebra un cumpleaños que nos recuerda la juventud casi infancia, de una patria que quiere renacer y no sabe cómo.
Aunque parezca cursi me sorprento vibrando con el himno o el tradicional grito de viva México que finalmente nos une más allá de la diferentes voces que en la cotidianeidad luchan entre sí, que "todo contra el narcotrático", que si "nos estamos renovando para parecer la mejor opción para el 2012", (suponiendo que el mundo no acabe por las profesías mayas), que si "me vale vale todo", que si "estaríamos mejor con Lópes Obrador"...
Ahí en el grito Viva México, somos uno, festejo, veo los fuegos y canto.
Pero está el otro lado, el menos romántico y más adolorido, el que indigna de ver lo que gastaron para un festejo que parece circo, ya que el pan escasea, cuando menos crico. Y me rebelo y digo ¿para qué festejamos? Y me convierto en otro Grinch del 15 de Setiembre y me harta el pozole y el tequila, y el ruido de tanto cuate, nomás contaminan. Y entonces hago silencio como tantos silenciados.
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